Las elecciones a veces son como huaicos, como aluviones que arrasan con todo.

Hay elecciones que vienen cargados de lodo y piedras, desbocadas sin ningún freno, ni moral, ni intelectual, derriban lo que socialmente hemos construido: muros de contención, discursos establecidos, sueños, pasiones y todas las defensas que, en la ribera del río de la convivencia, hemos levantado.

Con bestial fuerza se llevan de encuentro lo que a su paso encuentran, poco queda al margen a la hora de los cuestionamientos y fuera de discusión. El remezón impacta contra los muros sólidos donde antaño abrevábamos, caen como pétalos los ideales, se tambalean cual marionetas las bases del ser nacional, en el pórtico donde tallamos principios y valores comunes a todos, aparecen pintarrajeados: odios raciales, prejuicios, discursos lesivos, insultos flagrantes y amenazas sin pudor.

Más allá, el tronco que sostiene las ramas de nuestro ser se desgarra de la tierra desde la raíz, agitada por fuerzas que brotan de lo más hondo de nuestra alma y avasallan incluso a los cánticos celestiales.

Así todo queda arrasado, aquellos puentes donde forjamos amistades, aquellos otras redes donde socializamos al caer el sol, todo abajo, todo moreteado, golpeado, duelen las palabras dichas con insensatez y mas los odios forjados con lodo y miseria, el agua queda turbia y todo en general pierde su translúcido fulgor. Y hay sed y no hay agua, solo vinagre. Y el samaritano emigra por falta de un próximo prójimo.

Y sobre todo este panorama, la desesperanza se cierne sobre nuestras cabezas, la desolación hace estragos en nuestras débiles carnes y el hambre llama a la puerta y solo queda una mirada desconfiada en el plato que antes compartíamos. Ya nada será como antes dicen algunos y en cierto sentido la vida es así, como círculos atómicos va ganando y perdiendo energía y luz, habrá que seguir adelante, con algo menos de luz y las energías gastadas en foros banales.

Los unos dijeron que no había que cambiar nada, que el río buscaría su cauce normal y no invadiría con su discurso electorero las calles empedradas del pueblo, los otros que siempre andaban buscando cambiarlo todo, dijeron ahora o nunca y claro en medio de la discusión se armó la tormenta perfecta, y todos empezaron a mojarse, unos se cubrieron con paraguas discursivos de antaño y los otros, así como estaban se montaron sobre un caballo y decidieron cabalgar a pelo hacia las zonas altas de sus sueños.

Cayó el primer huayco y el remezón fue lo suficientemente grande como para dividir nítidamente el pueblo en dos, pero vino la segunda avalancha, con más palabras hirientes que piedras razonables, con más intolerancia que lodo prístino, así desbocado cual bestia montaraz la avalancha entro en las casas, alterando las cenas pacíficas y los desayunos al sol, todos y todas tenían algo que decir, pero nadie quería escuchar al otro, el estruendo de la tormenta y la fuerza del discurso se abrió camino entre los sentimientos más ocultos que teníamos sin saber y como surtidores vomitamos la hiel política desde el oscuro muro de Facebook, ya desbocados, ya sin la camisa moral que nos sujetaba antaño, abiertamente culpamos al otro de todos nuestros males, siempre ese otro, ora extranjero, ora expatriado, ora campesino, ora marginal, pero siempre el otro, ese que incomoda, ese otro que piensa distinto a uno.

La debilidad institucional poco puede hacer contra huaicos y elecciones, pero es menester fortalecerla, de ella derivan nuestras capacidades colectivas, pasada la avalancha toca remangarse las camisas y retirar el lodo, unir esfuerzos, reconstruirlo todo, restablecer los lazos y los desayunos al sol, descubrir que el otro es quien sostiene la individualidad de cada ser, que somos hermanos a pesar nuestro y luchar contra el mensaje mediático que escinde con su discurso la necesaria unidad. Pero, los sueños, sueños son.

A estas alturas y con todo lo dicho nos llevamos a la hora de dormir un mal sabor de boca y pese a las oraciones, la pesadilla nos amenaza en la madrugada, no es un mal sueño, al despertar la realidad está a punto de devolvernos imágenes sangrantes de lo que somos capaces los seres humanos a la hora de imponer una única forma de ver la realidad. No tenemos que elegir entre aquel o aquel otro, estamos en la disyuntiva mas trascendental de nuestra vida social y política, elegir, la paz, el desarrollo, la unidad, el respeto mutuo, la tolerancia, el prójimo y los ríos límpidos, o la muerte entre hermanos, los ríos de sangre, la xenofobia como método, la tierra arrasada como forma, en resumidas cuentas eso que llaman una guerra civil, que siempre será la peor de todas las guerras, porque los hermanos se cainizan, se canibalizan y su huella perdura por mucho tiempo, configurando un país con muchas naciones excluyentes entre sí, incapaces de reconciliarse y condenados a vivir en rencor y revancha.

Es tiempo pues de repensarlo todo, pero en foros multicolores, es tiempo de recolocar las bases de la nación sin dejar a nadie fuera, es tiempo de Bicentenario, tiempo de mutar desde una República imaginada a otra real, tiempo de superar esa historia sangrante que hemos sido y convertirnos en un país solidario y de progreso para todos y todas y mañana cuando el río vuelva a su cauce que vuelva el agua traslúcida a bañar al Perú ¡y no de sangre!

Animo pues a todos y todas a actuar en favor de la paz social, a decir algo y en especial a declarar con fuerza y claridad ¡viva nuestra patria!