Martes 16 de abril, 23:00 Hrs.
La cárcel me aterra. La muerte, más. Ahora que es inminente mi caída, siento que soy como el pasqueño Daniel Alcides Carrión, a quien le aterraba no disponer de conocimientos suficientes para enfrentar a la fiebre de la Oroya, ese mal que aquejaba al pueblo llano de los valles centrales. Por ello se inoculó secreciones que extrajo de una verruga de un paciente, para describir día tras día, los efectos de la bacteria. Esto lo plasmó en una historia clínica, la cual sirvió mucho para entender dicho mal y le encumbró al joven estudiante de medicina al panteón de los mártires del Perú.
Así pues, yo también, me he dispuesto a describir estas, mis últimas horas, inoculándome recuerdos y apelando a la sinceridad conmigo mismo, dejo aquí plasmada hora tras hora, lo que mi mente vaya produciendo, sometida a las variaciones de mi emotividad y condicionado por la inminente amenaza de que la justicia se apersone a mi puerta y me lleve al infernal calabozo, lugar en donde a los cinco años de edad conocí a un hombre que dijo ser mi padre.
Alguna cura habrán de descubrir mis sucesores, para luego encumbrarme al panteón donde la historia alberga a sus mimados genios. Por haber revelado la naturaleza sustancial del Estado peruano como ningún gobernante lo ha hecho. Sin mí -que he descendido a las cloacas, que he padecido en mis carnes y en mi conciencia los efectos de enfrentar al monstruo- sin mi sacrificio reitero, hubiera permanecido latente y oculto el pulso del mal, agazapado devorándonos con insidia. Yo desperté al Leviatán y le ataqué con fuerza asido a mi oratoria juvenil, pero los años y la sazón hicieron que éste me venciera. Como venció al pasqueño la fiebre.
En los valles centrales de la democracia, espero que los hombres y mujeres caminen libres del mal que consume al país desde su fundación: la fiebre de la corrupción. Lidié contra ella a campo abierto, pero al final me engulló. Corruptos hemos sido todos –acepto esta condición mía con desprecio de mí mismo- ¡Quién no le haya robado al Perú, que tire la primera piedra!
El Perú es un sistema institucional cimentado sobre una maraña, político-administrativa infectada y colonizada por la narco-corrupción. No hay un solo político incorruptible, no lo hay, en esta apuesta pierda Habraham frente a Dios.
Yo, por mi parte, guardo en mi bolsillo la piedra para lanzarla a mis adversarios, a esos que triunfarán sobre mi cadáver. Os desprecio. Desprecio vuestra comedida limpieza moral. Solo se llega lejos asumiendo riesgos y los primeros pilares en caer, cuando se asumen peligros son los morales, los éticos. La grandeza se construye sobre los restos de la juvenil e inocente fe en la honradez política.
Me río de vosotros, pequeños fiscalillos de sueldos medianos. También de vosotros, juececillos probos. Jamás probaréis el néctar del verdadero poder, ese que solo está reservado para los hombres audaces. Yo he catado la gloria. A propósito de la gloria, mi juguetona mente me trae al recuerdo a una de ellas, justamente su nombre era Gloria, andaba en dos pies y jadeaba a golpe de billetes, soy caballero pese a mi biografía y no faltaré a ninguna dama dando detalles voluptuosos de nuestro adulterio.
La cama está dispuesta, mi cuerpo cansado me asegura un sueño reparador. Me meto en la cama solitaria acompañado de ciertos temores. La cárcel, la humillación, el señalamiento y en especial, el ser desenmascarado. Cubro mi cuerpo con las sábanas, mi mente se dispone a recordar, a elucubrar posibilidades. La posición fetal siempre me ha resultado productiva a la hora de imaginar, pero boca arriba, mirando al techo, es más bien una posición poco fértil.
En una visita personal a Cardenal Cipriani, cuando aún era presidente de la República, este me obsequió con un CD de música sacra y en las noches como esta, en que ausentes están la calma y el sosiego, suelo ponerla en el reproductor. Algo ayuda, algo.
24:00 Hrs.
Hay una guerra declarada en mis entrañas, de un lado el sueño invade todo mi ser, pero desde la trinchera mental, el demonio no deja de disparar imágenes bañadas en emociones. Suena delicioso el canto coral y me animo a cantar “Ave verum corpus natum de Maria Virgine”, se me hiela el corazón, en la parte inmediata que reza “verdaderamente atormentado, sacrificado en la cruz por la humanidad, de cuyo costado perforado fluyó agua y sangre; Sé para nosotros un anticipo en el trance de la muerte”. Una pieza fascinante que calma mi atormentado ser. Así algo domesticado por el adagio, cierro mis ojos y no veo a Cristo. El efecto musical apenas me dura unos minutos, ya mi mente cabalga sobre recuerdos que no puedo olvidar, la olanzapina en otros tiempos obnubiló mi mente y la dopó, dándome respiro.
Las pastillas calman, pero no curan. La fe engaña, pero te ofrece una “verdad”. La política encumbra, el poder se apoya sobre pedestales de carne humana.
1:00 a.m.
No puedo dormir. Hace semanas enteras que no logro pegar ojo. Mi rostro demacrado no puede esconder los surcos que el estrés cava con insidiosa malignidad. Me levanto derrotado de la cama, las sábanas caen sobre el piso, me desnudo por completo y me pongo bajo la ducha, el agua fría estremece mi piel, pero la coraza psíquica inmutable se esconde del champú que lava mi sien.
Seco mis cabellos con una suave toalla blanca pero la humedad sangrante de mi mente me baña por dentro con hirviente sangre.
2:00 a.m.
Haya de la Torre fue un padre para mí, aunque yo creo que para él solo fui una vana esperanza. El día de su muerte descubrí que no solo le había amado, sino también que le odiaba. No sé por qué. Ahora que lo pienso mejor, era por su miserable pobreza, yo quería ser rico, siempre he odiado la pobreza, las limitaciones; pero él, Haya, insistía con esos sermones largos basados en la honradez y la discreción. Haya vivía en Villa Mercedes en Santa Clara, en una casa que no era suya, rodeado de vacas, asnos y chacras. Ya de joven mi espíritu ansiaba el poder para cambiarlo todo. Pero el viejo era un freno a mis apetitos. Dependía mucho de él, sin él no hubiera llegado tan lejos, pero por aquellos años resultaba imposible saberlo, mi juventud ansiaba la gloria pero el viejo predicaba la humildad, haciendo lento mi ascenso.
El viejo había fundado el APRA fundamentado en su retórica justiciera, todo el Partido era fiel reflejo de su ser, con los años entendí que mi inconsciente había luchado por borrar toda estampa del viejo. Al final lo logré, aunque para ello tuve que destruir su partido, cosa que me duele poco –he de ser franco en esto- a estas alturas os preguntaréis: “¿Por qué hice esto?”. Resulta complicado, y más aún arduo moldear en palabras, las razones que explican este comportamiento, cuando detrás tienes a un demonio desbocado y hambriento que te gobierna con susurros, atizando con furor al intelecto. La emoción.
La emoción es un líquido delicioso que lo inunda todo. Ya de joven descubrí que tenía una vena pasional irrefrenable, un modo de ser y ver el mundo desde otra perspectiva, las razones son marionetas de la emoción, la emoción es vida y es muerte, es la manzana prohibida que masticas cuando la razón se obnubila. Si el mundo fuera gobernado por la emoción, el dolor sería una deliciosa fresa en el pastel de la vida. La vida es profunda oscuridad y miseria y a su vez luminosa cumbre de éxtasis y placer. Tenía capacidad de sentir en mis carnes los sobresaltos de la miserable condición humana y también la sensación de disfrute exultante de vivir. Aquellos años juveniles devoraba con placer canino la carne animal que me servían en el plato, años después, sentado ya en el sillón presidencial, cuando la carne humana me era servida a través de los medios de comunicación, no tuve reparos en saborear el gusto que tiene la muerte –reconozco que fui una vil y pobre víctima de mí mismo-
3:00 a.m.
Caigo rendido ante el sueño, pero horrendas pesadillas me sobresaltan, imágenes de muertos, mis muertos, esos que mandé matar, esos que dejé morir, todos se reagrupan. ¡Bagua! ¡Bagua! Me atormento a propósito. Cayara a lo lejos parece no dolerme, indolente sonrío, río, carcajeo, estoy mal, oh malditas horas finales, que llegue ya el fin, el fin. La agitación anímica me empuja fuera de la cama, al borde de ella tomo asiento, aunque aún permanezco conectado al respirador. Maldita apnea. Vienen a por mí con sus leyes, que fueron mías. A mí no me gobierna ninguna ley, a mí me gobierna mi mente, ahí cabalgan desenfrenadas la inteligencia y mis ambivalentes emociones sobre páramos de sangre, muerte y plenitud vital.
4:00 a.m.
Mi vida es una piedra negra colocada sobre una piedra blanca. No moriré en París, oh Paris, ni será jueves como no lo es hoy. Mierda. Morir en España algo hubiera sido, pero morir un miércoles en Lima, ni es poético ni es otoño. Directamente es una mierda. Como bien decía el poeta y para ahondar mi desdicha: “jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo”
Que dirán, Alan García ha muerto, le pegaban todos -con razón he de reconocer- le daban duro con un palo y duro, también con una soga; son testigos los días nublados y los huesos de mis muertos, la soledad, la historia, las pruebas que se fermentan en Brasil.
5:00 a.m.
Prescrito, pero no absuelto. Me molesta esta nimiedad, esta baja condición, peor aún cuando me decían reo contumaz. Ya eso es el pasado, el presente es la circunstancia que debo salvar. Pero últimamente voy en desventaja, de tropiezo en tropiezo, el más grande haber dejado Madrid.
Erasmo me asesoró mal. No debí regresar de España. Maldita sea. A pesar de haber sido el rey midas para mis compañeros, estos actuaban con mucho cálculo, quien haya estado cerca de mí, necesariamente me ha sido leal; quien me haya sido leal necesariamente le he tenido que comprar a alto precio. Mis compañeros apristas, todos me deben la vida, los he puesto ahí donde están. No puedo decir quién me fue leal por puro cariño personal, porque a todos me los tuve que comprar.
Todos a una me dijeron que regresara, que colabore con la justicia, que dé muestras de colaboración. Imbéciles. Si yo caigo, también lo harán ustedes.
Tengo que pasar por el calvario judicial a responder por cada uno de tantos procesos, que los narco indultos, que los Petroaudios; luego lo del Metro de Lima, y cuando pregunten por agua para todos o Business Track o la carretera interoceánica vamos a caer todos, encima está los de los colegios emblemáticos, ¡que horror! Le seguirá El Baguazo…
Esto es un castillo de naipes. A cada caso caerá uno tras otro. A lo del Lavado de Activos, que me configurará como un presunto líder de una organización criminal, le seguirán lo del Caso Collique, Caso Endesa, Caso petrotech, Caso Alto Piura, hospitales fantasmas.
Luego mi desbalance patrimonial y mis bienes y casas, que el de Pardo, el de Chacarilla, el de Naplo, el de Paris, etc.
Lo de mis cuentas en bancos extranjeros. Por lo menos, mis cuentas en EE.UU. las pude bloquear gracias al estudio de abogados de Washington, Arnold & Porter. Pero las otras han quedado ahí flotando. Las cuentas en Gran Cayman, en el Barclays Bank.
A estas alturas Yo soy “como si” fuera un hombre exitoso normal, pero eso ha sido a costa de no “querer” diferenciar entre el bien y el mal, que no es que me resulta complicado, el caso es que en el cielo del poder uno no sobrevive con esas ambivalencias.
Con mi extraordinaria habilidad oratoria pude abrirme puertas. No me las iba a cerrar con un poco de pudor a la hora de las concreciones materiales. Reconozco con pena por los peruanos que probablemente hice mal uso de mis grandes habilidades, tal vez otro hubiera sido el destino del Perú, pero y el mío ¿cuál hubiera sido?, el de Pepe Mujica o sin ir más lejos el del exalcalde limeño Barrantes, o peor aún el del propio Haya, muerto en la miseria. Jamás. Nunca podrá haber precio suficiente para quebrar mi orgullo. Por eso digo: otros se venden, yo los compré.
6:00 a.m.
La luz del alba anuncia paz. Las terribles horas oscuras se han ido, abro un poco las persianas, allá afuera aún duermen las inocentes ovejas. Electores se las llama, ovejas las llamo. Silencio. Silencio eterno. Shakespeare pone en boca de Hamlet: “The rest is silence”, y expira. Con tanta vida por vivir yo no pienso expirar, no, no Horacio, ni la activa ponzoña judicial ni el hálito de la persecución política, sofocarán mi aliento. Que muera Hamlet, yo amo la vida. Quiero vivir, quiero oír noticias del Brasil, aunque me atrevo a anunciar que José Domingo será elegido por aquella nación que me olvidará –con justicia he de reconocer- Yo, aunque demacrado, no soy un moribundo, ni le doy mi voto. Mi voto es para mí. Horacio dile tú e infórmale al pueblo, para el bicentenario: “¡Alan vuelve! ¡Oh!”... Para mí solo queda ya… la gloria eterna.
La vida, un placer. Las noches cenando en Palacio, las cenas en algún restaurante del Barrio Latino en Paris , Falstaff en el Teatro Real, las visitas de Estado, las reuniones con grandes empresarios, el juego político, las alabanzas mediáticas de mis correligionarios, mis adversarios halagando mi astucia, el Foie gras prohibido, las ausencias de Pilar, mi libertinaje, mi demonio oculto, el consuelo mineral del litio, tantas cosas, tanta dicha y tanto dinero acumulado en mis leales sustitutos, oh esos emuladores de identidad, cuanta lealtad y precio tienen. No es descabellado gobernar por tercera vez, descabellado fue hacerlo por segunda vez, por tercera vez es posible y tiene que darse. Necesita mi demonio, gloria. No más dinero, gloria. Quiero más, quiero entrar en el cielo del César, de Napoleón, oh, ya oigo al pueblo bramando Ave, Alan. Sire, Alan. Si, eso necesito. Necesito sobrevivir a esta hecatombe judicial. Soy Alan que no se me olvide a mí mismo y soy capaz de todo.
Al alba me dan ganas de dormir, al alba suelo caer presa del sueño, al alba olvido mis crímenes, se apacigua mi mente, se alegra mi espíritu, bebo a borbotones aire matutino. A horcajadas me aferro a la vida, se alejan los demonios de la ignominiosa muerte, todo huele delicioso, abajo un desayuno se prepara, allá afuera el pan horneado me invita a soñar, la leche descremada limpiará de mi rostro las arrugas del agobio, del maldito estrés, de la depresiva fragilidad que habita en mi mente. Respiro hondo y siento que allá abajo también preparan el café, ah que recuerdos cuando la mademoiselle me preguntaba allá en París, si deseaba “Café au lait”, y finalizaba con ese sonido agradable que tiene el “monsieur?”. Se me ha abierto el apetito, hoy no me vendría nada mal un buen “rabo de toro en vino tinto” para el almuerzo, no, no, espera mejor sería unos Caracoles de Borgoña a la Mantequilla, vaya que horror, que mal suena en español, la comida francesa es deliciosa porque suena tan bien, cambiemos pues los rabos de toro por los Escargots de Bourgogne beurrés.
Mi olfato es caprichoso, suelo no tener buen olfato en términos fisiológicos, eso lo compenso con mi olfato político. A veces no huelo nada, las más de las veces huelo algo etéreo por no decir a muerto. No sé por qué me pasa esto, las pocas veces que funciona bien mi nariz es cuando la comida inunda mis fosas nasales con su esplendor sensual. Lamento no poder disfrutar de la fragancia de las flores, aunque disfruto verlas, de hecho en casa no faltan flores en jarrones vistosos, envidio a la mujer que me prepara el desayuno, su olfato es divino, discrimina con increíble facilidad los ingredientes que lleva un aderezo, en una ocasión puse curry en una de sus salsas sin que ella lo supiera y logró identificarlo. Ahora que lo pienso mejor, hoy me bastará con un lomo saltado para el almuerzo y un pescado para la cena y un poco de vino blanco, pediré a la mujer que prepara el café allá abajo, que compre más flores y que ponga el disco de música sacra que me regaló el Cardenal Cipriani, cuando me lo entregó dijo que mandó a prepararme un disco con las mejores piezas sacras, y tiene razón, esta música apacigua a los mismísimos demonios como al suyo o al mío.
Vuelvo a la cama desordenada, se han ido los fantasmas, una paz me gobierna, se cierran mis ojos y me entrego al dulce sueño.
6:16 a.m.
¡Han llegado!
Oigo el timbre, voces lejanas como si la propia Temis viniera a por mí.
Con una orden judicial presionan el gatillo sobre mi sien. Ustedes me matan.
Lo tengo todo dispuesto, la carta de despedida, se esconde en el estudio de Erasmo. El arma asesina, está aquí oculta bajo mi almidonada almohada, apresurado me visto de oscuro entero.
- Doctor, doctor hay un señor pidiendo ingresar- suena la voz nerviosa de la mujer que ya debe tener preparado el desayuno y el delicioso vaso de jugo.
- Déjales pasar hasta la sala- ordeno
Tomo el arma, la coloco en mi sien, pero no siento aún que sea el momento. Me aproximo a la puerta, no retiro el arma de mi cabeza, giro y rápidamente voy hasta la ventana que da al patio trasero, ¡me están rodeando! Intento disparar el arma, pero algo me lo impide, no saldré vivo si intentan capturarme. Momentos antes de la muerte uno deja de sudar, la piel se constriñe, todo huele a etéreo, hay ruido, mucho ruido, la vista se confunde, ves sombras donde no hay, por fin las voces abajo se van definiendo, uno habla imperativamente con voz administrativa, escondo el arma en mi bolsillo derecho, antes me aseguro que haya balas, manipulo con cierto nerviosismo el arma. Abro la puerta de mi habitación y desciendo hasta el descansillo de las escaleras, ahí el fiscal se presenta, y me pide que baje para hacerme entrega de una notificación judicial, pregunto si es una prisión preventiva, no me responde, solo me insiste en que baje, el corazón se acelera, me vuelvo a erguir y miro hacia mi habitación, mientras llevo mi mano a mi pecho, luego de inmediato la meto en el bolsillo para coger el arma, hay varios efectivos policiales, antes ellos jamás me tocarían, pero ahora esperan una mínima oportunidad para cogerme, digo que subiré a hablar con mi abogado e intento subir con tranquilidad pero la muerte ya da trancadas largas escalera tras escalera, ya el arma esta lista, siento el acecho a mis espaldas y logro llegar a mi habitación, hablo un rato con Erasmo que vuelve a decirme que colabore. Imbécil.
Los últimos momentos del pasqueño Carrión cuando la muerte le sobrevenía producto de inocularse bacterias a su torrente sanguíneo, sospecho que eran delirios y quimeras. Yo siempre me pregunté, ¿qué imagen sería la última qué mi mente brillante me regalaría de despedida?, en estos momentos de soledad mortuoria, intencionalmente mis recuerdos son familiares, nada trascendental. Me paro a un lado de mi cama, los efectivos tocan la puerta con insistencia, y esto no va más.
La absurda imagen en que le doy una patada a Jesús Lora, es un colofón ridículo que invade mi recuerdo en esta hora final. Quimeras del destino.
6:31 …